Los frutos secos deben consumirse
preferentemente crudos, previo remojo en agua durante unos diez minutos. Lo más
indicado es que formen parte de los desayunos, las meriendas y los platos
principales de las comidas, así como de las ensaladas, acompañados de legumbres
y cereales.
Con frecuencia, una vez
descascarillados, los frutos secos se tuestan. Con ello mejora su sabor, si
bien al mismo tiempo se modifican las estructuras de los ácidos grasos y se
destruyen las escasas vitaminas que contienen los frutos.
La
costumbre de salar estos alimentos es perjudicial para quienes los consumen,
porque la cantidad de sal obliga a beber en exceso con la consiguiente
sobrecarga para los riñones. Además, la sal acarrea graves consecuencias para
los hipertensos. Por si fuera poco, favorece el endurecimiento de las grasas,
que se depositan en los tejidos y comienzan a retener agua, de lo cual deriva
la aparición de la celulitis.
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